martes, 5 de febrero de 2013

El maestro educado


Por motivos que no vienen a cuento, estos días estoy inmersa en la lectura de publicaciones e investigaciones sobre la competencia de los profesionales de la educación y sobre la evaluación de la función docente. Mi postura y mis sentimientos en este momento son contradictorios. Si por un lado considero la necesidad de estipular claramente los requisitos que debe reunir un buen docente y en base a ellos valorar su desempeño, por el otro pienso en qué competencia encuadraría la capacidad de identificar y de darle a cada niño lo que necesita (o lo que le falta), sea cariño, comprensión, respeto, serenidad, seguridad, orden o estímulo.

Porque no nos engañemos, lo que diferencia un buen docente de un mal docente, no es la puntuación que ha obtenido en las pruebas, no es la cantidad de cursos que ha realizado, no son los reconocimientos que ha obtenido, ni los libros que ha escrito, no son los cargos que ha desempeñado ni las tecnologías que maneja. Lo que diferencia a un buen docente es su capacidad de convertirse en un referente para sus alumnos/as, siendo él muestra palpable y visible del efecto de la educación en una persona.

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